Naturalmente, mi madre y mi padre con sus historias personales.

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Mi abuela ciega. Con ella aprendí a empatizar, a “ver” con todos los sentidos y a comprometerme, a una edad muy temprana, con la ayuda.

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Mis estancias en España desde mi primera infancia. Allí no sólo integré como mío un segundo idioma, sino también desarrollé un vínculo profundo con el país y su gente. España se convirtió en mi segunda patria y mi futura profesión de traductora intérprete quedó predestinada.

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Fines de semana y vacaciones en las montañas de Baja Austria. Esas temporadas de mi infancia y juventud me regalaron la vivencia de una libertad absoluta y el cobijo de la Naturaleza.

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Mi hijo y mi hija. Con ellos tomé conciencia de mi fuerza. Ellos fueron el gran para qué que brindó orientación y sentido a mi vida.

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El trabajo de Constelaciones. Conocerlo me permitió desarrollar una nueva mirada. Comprender las dinámicas en mi propio sistema familiar y conocer el complejo entramado de las relaciones humanas en general. Esta nueva conciencia me abrió la puerta a la reconciliación a muchos niveles.

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Al mismo tiempo fue el inicio de mi camino como asesora sistémica en el que confluyen todos los aprendizajes anteriores.